Cantando A Través de las Paredes de la Prisión

Comentario, Sean Shavers

Más de 50 personas se reunieron en el centro de detención de inmigración del Condado de West Contra Costa en Richmond el 18 de julio para expresar nuestra solidaridad con los inmigrantes indocumentados que están cautivos ahí. Esta vigilia mensual fue organizada por la Coalición Interreligiosa para los Derechos de los Inmigrantes para traer atención sobre la situación difícil de los detenidos y sus familias.

Empezamos la reunión formando un círculo, un símbolo de nuestra unidad, fuerza y poder como uno solo. Empezamos a meditar, centrándonos en las personas que han sido deportadas o están en espera de deportación. Cuando cerré mis ojos, pude visualizar los espíritus a mi alrededor, las caras, los sonidos, incluso la gente dentro de la instalación. Después de cinco minutos de meditación, un hombre mayor hispano lideró el grupo en varios cantos, cantando canciones poderosas de la libertad, la esperanza y un cambio para el futuro.

Podía oír el dolor en la voz del hombre, la preocupación y la compasión que sentía por las personas encerradas en el interior. A pesar de que no podía ver a los detenidos, sentí como que podían escuchar nuestras canciones, casi como si estuvieran cantando con nosotros detrás de los muros de la prisión.

Me sorprendió ver tantas organizaciones diferentes, los programas y las confesiones religiosas, juntos por una causa. Vi a los ministros, pastores, diáconos y demás personas que no forman parte de la comunidad de la iglesia.

Yo también estaba contento de ver a los jóvenes en la vigilia. Me hizo darme cuenta, por primera vez, cuántos jóvenes se ven afectados por los problemas de inmigración. Pero después de pensarlo mucho, tiene sentido que estos jóvenes se verían afectados – ver a su mamá o papá detenidos por el ICE, o ir a visitar a sus padres dentro de las instalaciones. Como un afro americano supongo que nunca me di cuenta de lo difícil que es simplemente no tener papeles.

Después que terminamos de cantar, un hombre joven con pelo negro corto y tez morena, quien formó parte del círculo, dio un paso adelante. Él empezó a hablar, y el público de inmediato se concentró en él. Estaba tan tranquilo que sólo se podía oír su voz y la gente que respiraba a su alrededor. Su nombre era Robert Sagastume, y era un estudiante indocumentado de Honduras.

A la edad de diez años, cuando todavía vivía en su país, fue violado y obligado a guardar silencio al respecto. Pocos meses después, a su madre se le concedió un visado de viaje, después de haber luchado durante quince años para conseguirla. Después de mudarse a los EE.UU., Robert dijo que se sentía como si finalmente estuviera a salvo y libre de la persecución que sufrió en Honduras.

”Me dio una sensación de libertad, saber que deje a mi atacante atrás”, dijo.
Años más tarde, la visa de la familia se expiro y la madre de Robert le pidió guardar silencio al respecto. Fue un punto de inflexión en su vida.

”Fue entonces cuando me di cuenta que ya no tenía diez años y que no tenía que guardar silencio de nada”, dijo Robert. “Fue entonces cuando me decidí a luchar por mis derechos como estudiante indocumentado”.
Al escuchar el testimonio de Robert estuve impresionado. Este joven tuvo el valor, el poder de vencer tantos obstáculos. Sólo tenía unos veinte años, sin embargo, él estaba al mando de la atención de la gente el doble de su edad.

Después de que habló Robert, una joven dio un paso adelante. Era bajita, con una cara bonita, pelo castaño-rojizo y una camiseta negra. Su nombre era Jessica Hyejin, tenía 20 años de edad, y su familia emigró al sur de California desde Corea cuando ella era apenas un niña. Después de años de asistir a la escuela en los EE.UU., finalmente pensó que iba a graduarse e ir a la universidad.

”Yo aplique a 24 escuelas y sólo fui aceptada en una, pero después que se enteraron de mi estatus de inmigración, ya no podría asistir”, dijo.

Buscando apoyo, Jessica se acercó a su comunidad de la iglesia y comenzó a asistir a los servicios. Pero después de varios meses se dio cuenta de que la iglesia no pudo cambiar la forma en que realmente se sentía por dentro. ”Traté de hablar con la gente acerca de mi estatus, pero nadie sabía realmente qué hacer. Me sentía impotente”.

Las historias de los jóvenes “Dreamers” como Jessica y Robert deben contarse, y la gente necesita escuchar. La gente necesita escuchar sus voces y darse cuenta de que un número de seguro social no debe determinar si comes o mueres de hambre, si consigues un título o no.

Después de escuchar dos testimonios maravillosos, todos nos pusimos de nuevo en un círculo, cantamos una última canción, e hicimos un ruido estruendoso enorme, para que los detenidos adentro nos escucharan y supieran que alguien acá afuera los está apoyando.

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