En el Día de los Muertos, Conmemorando a un Barrio

Comentario, Edgardo Cervano-Soto

Fue en 1987 cuando mi mamá, papá y dos hermanas mayores se mudaron de su apartamento en la South Van Ness y la calle 22 en el distrito de la Misión de San Francisco. El alquiler se había vuelto demasiado caro, a pesar de que mi papá tenía dos trabajos a tiempo completo como lavaplatos y ayudante de camarero, durmiendo sólo un par de horas cada día. Mientras él trabajaba, mi madre crió a mis hermanas y cuidó de los hijos de otros miembros de la familia. Para mis padres, no fue exactamente el sueño americano que habían imaginado.

Y así, siguieron el camino recorrido por muchos inmigrantes latinos antes de ellos que se habían instalado en el distrito de la Misión – durante mucho tiempo un refugio para los refugiados, los exiliados y los recién llegados – buscando otro lugar para llamar hogar. Tomando un riesgo, firmaron por un préstamo y compraron una casa al otro lado de la bahía en San Pablo, donde mi hermana menor y yo nacimos y crecimos. Sin embargo, durante mi infancia, la Misión siguió siendo un destino para nuestra familia. Mis tías y tíos todavía vivían allí y los visitábamos con frecuencia. Para mí, la Misión se sentía como mi casa, a pesar del hecho de que nunca había sido mía.

En la 22 y Mission es donde mi mamá buscó entre cajas de cruces santas de oro plástico y ángeles de cerámica para los recuerdos de nuestra primera comunión. En Ritmo Latino, una tienda de discos en el barrio, mis hermanas me introdujeron a la música banda, durante nuestras búsquedas de CDs. En la esquina de 24 y York esta mi panadería favorita, La Panadería Mexicana. Hasta el día de hoy estoy inmóvil ante su fachada de plexiglás, mirando las conchas, elotes, y las quesadillas salvadoreñas. Luego está el arte del barrio: la mural móvil La Lechuguera (ahora el mural de La Llorona) por Juana Alicia, el mural Maestrapeace increíble en el Edificio de la Mujer, y los colores cinéticos de Balmy Alley. Entendí mi identidad a través de estas imágenes. Pero todas ellas están deslucidas ahora.

Los que están muy familiar con la Misión habían visto el aburguesamiento por llegar. La empresa familiar, las empresas existentes como las panaderías fueron reemplazadas por tiendas de ropa de última moda (y caras) y tiendas de sándwiches de lujo. Me molestó ver a los viejos cafés Latinos eclécticos transformarse en ciber cafés con muebles minimalistas incómodos y paredes blancas de hueso. Hubo propietarios de tiendas latinas que reconocieron que su cultura se estaba volviendo kitsch, y que si querían ganarse al nuevo grupo de jóvenes profesionales blancos y los apasionados por la tecnología, entonces, tendrían que instalar reproducciones del arte de Frida, vestir su tienda en papel picado y vender la experiencia de la cultura mexicana y latina kitsch sacando todo el provecho a la moda posible.

Hoy los desalojos en la Misión están reduciendo la arteria principal de la comunidad. René Yáñez y Yolanda López, dos de los pioneros del arte chicano del barrio, están siendo desalojados de su casa de 35 años, como consecuencia de la Ley de Ellis, una disposición en la ley de alquiler de California que permite a los propietarios desalojar a los inquilinos para vender una propiedad. El apartamento ocupado por Yáñez y López estaba bajo control de alquileres – estaban pagando 450 dólares al mes – lo que les permitió seguir viviendo en el barrio.

Yáñez y López son, como el artista Guillermo Gómez-Peña, dijo una vez, “pura realeza Chicana”. López, ahora en sus setenta años, es una artista chicana pionera. A través de sus grabados, collages y dibujos López ha honrado las vidas de mujeres latinas inmigrantes, y denunció el colonialismo estadounidense, el racismo y la xenofobia. Yáñez, ahora de 71 años y con cáncer de hueso, es un partidario incondicional de la escena del arte chicano. Fue cofundador de la compañía de actuación Culture Clash, presentó una estética contemporánea a las obras del Día de los Muertos en el Área de la Bahía, y ha sido un mentor para muchos artistas latinos emergentes. Parece una ironía cruel que la tradición del Día de los Muertos que Yáñez trajo a San Francisco es ahora un fantasma de lo que fue – un subproducto apropiado y comercializado de la codicia que está cambiando a la ciudad. El legado de Yáñez y la intención tradicional del Día de los Muertos – no es Halloween, pero una observancia real de la pérdida – se está borrando con las grandes multitudes de fiesta en disfraces de calaveras y tomando cerveza.

De la misma manera en que los colores de los murales en el distrito de la Misión se están desvaneciendo, la cultura de una comunidad está en riesgo. En una reciente visita, agarré un folleto del Centro Cultural de la Misión para las Artes Latinas. Hice un gesto de dolor por el tema de su exposición de arte del Día de Los Muertos: “La Llorona: Llorando la Vida y la Muerte del distrito de la Misión”. Me estremecí, porque la verdad duele: hay una pérdida en la comunidad, y no sé como aceptar ese hecho.

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